La administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, desafía a sus principales aliados comerciales con una serie de medidas arancelarias que no sólo reavivan las tensiones en el comercio global, sino que también amenazan con desestabilizar a los mercados internacionales y a las relaciones diplomáticas entre las principales potencias económicas.
El miércoles último, el presidente de Estados Unidos optó por aumentar los aranceles a las importaciones de acero y aluminio. La medida –explica– responde a su promesa de recuperar lo que considera la “riqueza robada” por otras naciones.
Pero, lejos de ser una victoria para los intereses nacionales de Estados Unidos, estas medidas podrían desencadenar consecuencias imprevistas que afectan a toda la economía global, coinciden analistas internacionales.
Los gravámenes de hasta un 25% impuestos a las importaciones de acero y aluminio desmantelan de hecho las exenciones que había aplicado “arancel man” (hombre arancel) como apodan a Trump, en el último tramo de su primera administración y refuerzan el enfoque proteccionista de su gobierno actual.
Luego del viraje raudo y sorpresivo, el inquilino de la Casa Blanca promete ahora gravar a una amplia variedad de productos provenientes de países como Canadá, México, China, Brasil, la Unión Europea (UE) y Australia, mediante tarifas “recíprocas” que entrarán en vigor a partir del 2 de abril.
Un aspecto clave de esta política es la irracionalidad de sus objetivos, que, a pesar de estar formulados bajo la justificación de la “seguridad nacional” o la reducción del déficit comercial, carecen de una estrategia clara y coherente, reprochan quienes se consideran afectados.
Reacción en cadena
Estas imposiciones de Trump han provocado una inmediata reacción de los países perjudicados, quienes no demoraron en responder con represalias. Por caso, la UE anunció esta semana medidas recíprocas por un monto estimado en 28.000 millones de dólares, como respuesta a los aranceles sobre el acero y el aluminio. Los productos europeos impactados incluyen no solo metales, sino también textiles, de origen agrícolas y electrodomésticos.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, fue tajante al señalar que los aranceles impuestos por Estados Unidos solo sirven para perjudicar tanto a las empresas como a los consumidores, pues alteran las cadenas de suministro y aumentan la incertidumbre económica.
Según la funcionaria europea, este tipo de medidas no solo desestabilizan la economía, sino que incrementan los precios, afectando de manera directa el bolsillo de los consumidores de ambos lados del Atlántico.
Por su parte, Canadá, otro de los socios comerciales más cercanos de Estados Unidos, no es ajeno a esta guerra comercial. Como el mayor proveedor extranjero de acero y aluminio a EE.UU., el país norteamericano anunció represalias por 21.000 millones de dólares canadienses.
Estos aranceles se aplicarán no solo a los metales, sino también a productos estadounidenses como computadoras, equipos deportivos y calderas de agua, afectando de manera significativa los sectores que dependen del comercio entre ambas naciones.
“Esta es una pelea del día a día”, declaró esta semana Mélanie Joly, ministra de Relaciones Exteriores de Canadá, al referirse a las sanciones impuestas por Washington. Para Ottawa, la medida no solo es un golpe económico, sino también una clara muestra de la creciente desconexión política entre ambos países.
Lo que está en juego
Para el analista Armando Alvares García, lo que está en juego es mucho más que un simple ajuste de aranceles. Este profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Rioja, España, sostiene que esta guerra comercial está alterando el equilibrio económico global, creando un clima de incertidumbre que está afectando directamente a los mercados bursátiles internacionales.
El experto interpreta que, a la vez, el incremento de los aranceles está exacerbando la ansiedad sobre la posibilidad de una recesión global, un fenómeno que podría desencadenarse a medida que los países afectados intenten mitigar los impactos de los aranceles con medidas propias, lo que podría agravar aún más las tensiones.
En este escenario, -avizora- las empresas estadounidenses también se verán afectadas, pues las cadenas de suministro globales se verán interrumpidas, los costos aumentarán y, eventualmente, la inversión empresarial disminuirá, tal como sucedió al final del primer mandato de Trump.
Una de las características más desconcertantes de esta política arancelaria es la falta de un objetivo claro. Como apuntamos, Trump justifica las medidas bajo una variedad de pretextos, desde la necesidad de proteger la seguridad nacional hasta la lucha contra los grandes déficits comerciales de Estados Unidos, pasando por los ingresos que los aranceles generarían para el Tesoro norteamericano.
Sin embargo, para varios analistas la mezcla de razones contradictorias y la falta de una estrategia económica coherente dejan en claro que, detrás de esta política, hay más de un intento con el propósito de fortalecer el poder presidencial que un plan económico bien fundamentado.
La administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, desafía a sus principales aliados comerciales con una serie de medidas arancelarias que no sólo reavivan las tensiones en el comercio global, sino que también amenazan con desestabilizar a los mercados internacionales y a las relaciones diplomáticas entre las principales potencias económicas.El miércoles último, el presidente de Estados Unidos optó por aumentar los aranceles a las importaciones de acero y aluminio. La medida –explica– responde a su promesa de recuperar lo que considera la “riqueza robada” por otras naciones. Pero, lejos de ser una victoria para los intereses nacionales de Estados Unidos, estas medidas podrían desencadenar consecuencias imprevistas que afectan a toda la economía global, coinciden analistas internacionales.Los gravámenes de hasta un 25% impuestos a las importaciones de acero y aluminio desmantelan de hecho las exenciones que había aplicado “arancel man” (hombre arancel) como apodan a Trump, en el último tramo de su primera administración y refuerzan el enfoque proteccionista de su gobierno actual.Luego del viraje raudo y sorpresivo, el inquilino de la Casa Blanca promete ahora gravar a una amplia variedad de productos provenientes de países como Canadá, México, China, Brasil, la Unión Europea (UE) y Australia, mediante tarifas “recíprocas” que entrarán en vigor a partir del 2 de abril. Un aspecto clave de esta política es la irracionalidad de sus objetivos, que, a pesar de estar formulados bajo la justificación de la “seguridad nacional” o la reducción del déficit comercial, carecen de una estrategia clara y coherente, reprochan quienes se consideran afectados.Reacción en cadenaEstas imposiciones de Trump han provocado una inmediata reacción de los países perjudicados, quienes no demoraron en responder con represalias. Por caso, la UE anunció esta semana medidas recíprocas por un monto estimado en 28.000 millones de dólares, como respuesta a los aranceles sobre el acero y el aluminio. Los productos europeos impactados incluyen no solo metales, sino también textiles, de origen agrícolas y electrodomésticos. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, fue tajante al señalar que los aranceles impuestos por Estados Unidos solo sirven para perjudicar tanto a las empresas como a los consumidores, pues alteran las cadenas de suministro y aumentan la incertidumbre económica. Según la funcionaria europea, este tipo de medidas no solo desestabilizan la economía, sino que incrementan los precios, afectando de manera directa el bolsillo de los consumidores de ambos lados del Atlántico.Por su parte, Canadá, otro de los socios comerciales más cercanos de Estados Unidos, no es ajeno a esta guerra comercial. Como el mayor proveedor extranjero de acero y aluminio a EE.UU., el país norteamericano anunció represalias por 21.000 millones de dólares canadienses. Estos aranceles se aplicarán no solo a los metales, sino también a productos estadounidenses como computadoras, equipos deportivos y calderas de agua, afectando de manera significativa los sectores que dependen del comercio entre ambas naciones. “Esta es una pelea del día a día”, declaró esta semana Mélanie Joly, ministra de Relaciones Exteriores de Canadá, al referirse a las sanciones impuestas por Washington. Para Ottawa, la medida no solo es un golpe económico, sino también una clara muestra de la creciente desconexión política entre ambos países.Lo que está en juegoPara el analista Armando Alvares García, lo que está en juego es mucho más que un simple ajuste de aranceles. Este profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Rioja, España, sostiene que esta guerra comercial está alterando el equilibrio económico global, creando un clima de incertidumbre que está afectando directamente a los mercados bursátiles internacionales. El experto interpreta que, a la vez, el incremento de los aranceles está exacerbando la ansiedad sobre la posibilidad de una recesión global, un fenómeno que podría desencadenarse a medida que los países afectados intenten mitigar los impactos de los aranceles con medidas propias, lo que podría agravar aún más las tensiones. En este escenario, -avizora- las empresas estadounidenses también se verán afectadas, pues las cadenas de suministro globales se verán interrumpidas, los costos aumentarán y, eventualmente, la inversión empresarial disminuirá, tal como sucedió al final del primer mandato de Trump.Una de las características más desconcertantes de esta política arancelaria es la falta de un objetivo claro. Como apuntamos, Trump justifica las medidas bajo una variedad de pretextos, desde la necesidad de proteger la seguridad nacional hasta la lucha contra los grandes déficits comerciales de Estados Unidos, pasando por los ingresos que los aranceles generarían para el Tesoro norteamericano. Sin embargo, para varios analistas la mezcla de razones contradictorias y la falta de una estrategia económica coherente dejan en claro que, detrás de esta política, hay más de un intento con el propósito de fortalecer el poder presidencial que un plan económico bien fundamentado. La Voz